Estructura y dinámica de las colecciones digitales (II)
18 mayo 2016
18 mayo 2016
Ariel Morán @Ariel_Moran
En su libro Information and the internal structure of the universe: An exploration into information physics, Tom Stonier estableció que la información humana puede tener una realidad física propia, al margen de su origen humano (o de cualquier otro soporte), y que el mensaje comprende simplemente un patrón de datos subyacente en el portador. Su enfoque realista pone especial atención en que comúnmente se le llama «información» a aquello que solamente es un contenedor de información, pero no a la información propiamente. Esta teoría pone de manifiesto las relaciones fascinantes entre la materia, el conocimiento, la energía y la información.
Como teórico de la información, Stonier (1990) aclaró que la energía y la materia comprenden únicamente la estructura superficial del universo, que es fácilmente percibida por nuestros sentidos, por lo que es, por así decirlo, sólo la «interfaz» con la que nos relacionamos. Hay información que no es percibida fácilmente, pero no por ello es menos real. En este mismo tenor, Fred Dretske (2000), de la Universidad de Stanford, sostuvo que podemos interactuar con ciertos objetos de manera más sencilla que con otros, sólo hay que recordar el ejemplo de una bacteria y una vaca: para ser percibido el agente bacteriano, a diferencia de la vaca, requiere un microscopio (interfaz). La información está en otro plano de existencia, denominado estructura interna del universo, y ésta es tan real como la estructura superficial. De hecho, sin la primera es imposible materializar la segunda. Ambas existen en una interacción dinámica; ambas son dos caras de la misma moneda (como un hilemorfismo aristotélico). De hecho, el concepto latino informatĭo significa «dar forma», en un sentido material, pero también en un sentido mental (conformar ideas). La estructura interna aparece como una conceptualización metafísica, por lo que no es verificable. Desde el punto de vista de Dretske (2008) (quien desarrolló su propia teoría de la metafísica de la información), la información depende directamente o indirectamente de los objetos que la contienen o con los que interactúan.
La visión realista sobre la información es escabrosa, puesto que sostiene que ésta existe independientemente de la inteligencia humana y más allá del mundo fenoménico (los objetos conocidos). La posición realista no se limita al estudio de la información biológica o física. Stonier adujo que: «El libro contiene información que puede ser leída o no. La información está ahí, incluso si no se transfiere a un lector humano […] la información existe. No necesita ser percibida para existir. No necesita ser entendida para existir. No requiere una inteligencia que la interprete. No tiene que tener sentido de existir. Existe… La información es una cantidad que puede ser alterada de una forma a otra. La información es una cantidad que pueda ser transferida de un sistema a otro» (pp. 21 y 26). Una teoría general de la información, en la que puedan ser contempladas con propiedad, en términos conceptuales, tanto las colecciones de obras impresas como las colecciones digitales (más allá de los soportes), debe representar el carácter sutil de la información como estructura interna (sin dejar de reconocer su faceta como estructura superficial) y representar la raigambre de la Cuarta Revolución de la información, que encarna —en palabras del joven Hegel en sus Frühe Schriften— una «revolución secreta que no es visible para todos». Anthony Beavers, director del Laboratorio de Humanidades Digitales de la Universidad de Evansville, aduce que las cuatro revoluciones de la información son las siguientes: la epigráfica o dela escritura, la de la imprenta, la multimedia y, la actual, la digital (2013, p. 52). Según Beavers, «las revoluciones siempre conservan algo del pasado, al que deben mejorar, pues son consideradas bajo un modelo de evolución similar al de las ondas que siguen la estela del desarrollo tecnológico anterior […] La revolución digital, comenzó con la popularización de las computadoras personales alrededor de 1980, ya que se inauguró una era en la que las personas participan colaborativamente interrelacionadas con otros dentro de una extensa red, y estos ‘otros’ son ni más ni menos que procesadores de información no humanos, conocidos como inforgs» (p. 52-53).
La comprensión de la información como estructura interna es muy importante para tener una idea integral de la dinámica, estructura y funcionalidad de las colecciones digitales. Para no dejar este concepto hacinado en el discurso metafísico, es necesario mencionar que la estructura interna puede ser emparentada con el sistema simbólico que conceptualizó Norbert Wiener, o sea, un eslabón intermedio que no está contenido o soportado en un sistema receptor ni en un sistema efector, y que es propio de los seres humanos. Digamos que es un mensaje en el sentido más abstracto (una idea pensada pero aún no codificada en un mensaje, o una decisión procesada cognoscitivamente pero aún no ejecutada). Para Stonier este sistema simbólico puede representarse a través de las letras del alfabeto latino o los nucleótidos de un fragmento del ADN (pp. 61-65).
Sobre este tema, la tesis principal de Stonier se resume en que la información no es sólo una mera construcción mental de los seres humanos (para ayudarnos a entender el mundo en que habitamos), sino que es una propiedad del universo, tan real como lo son la materia y la energía. En este sentido, la información y el significado no son lo mismo. «La información transmitida por un libro es una función del entorno intelectual presente como estructuras de conocimiento ya existentes dentro del cerebro del lector» (p. 22). Es decir, nuestra percepción mental no determina que algo contiene menos o más información: la información está ahí. El hecho de que no podamos comprender un texto en otro idioma no significa que no hay información alguna sino más bien que nuestra mente no puede interpretarla; aunque el ‘lector’ no entiende del todo el mensaje, cualquiera puede reconocer las letras, y el libro sigue teniendo sentido en dos niveles: el libro como un objeto, y las letras como signos. Además de su textualidad, un libro es un material que contiene características alineadas, con un cierto conjunto de matices y formas que un ojo humano reconoce como características específicas de lo que es un libro. Por otro lado, el significado se logra cuando «la información percibida se puede poner en un contexto; la información se vuelve significativa sólo si puede ser analizada, comparada e integrarse con otra información de la que ya existe en el sistema perceptor» (Stonier, 1991, p. 261).
Ahora bien, ¿qué relación puede tener la bibliotecología con la información vista como estructura interna del universo? Tradicionalmente, el bibliotecario se acerca a las colecciones documentales a través de los principios de la organización de la información, principalmente con la parte superficial de la información (con los portadores), aunque ésta se da como representación del contenido (estructura interna). De hecho, para los usuarios de las colecciones documentales (principalmente en las digitales), las formas de la organización de la información suelen ser prácticamente invisibles para los usuarios de las diferentes disciplinas académicas que hacen uso de los corpus digitales (formas tales como los estándares de índices y bases de datos, el desarrollo de las estructuras tesaurales, los análisis de dominio con algoritmos como el de Floyd-Warshall, el otorgamiento de valores determinados a los enlaces semánticos, la intercalación de meta-términos y lenguajes latos, etc.). La organización de la información supone la interacción y articulación de la estructura superficial y su estructura interna, o en otras palabras, los signos materiales y las interpretaciones humanas. Pensemos en el proceso primario de organización documental en una biblioteca: la catalogación descriptiva (rasgos materiales) y la catalogación temática (análisis de contenido).
En la tercera fase de transición en el desarrollo disciplinar de la bibliotecología (en las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado), los medios electrónicos produjeron las principales modificaciones estructurales en las bibliotecas (su objeto de estudio, por ejemplo, se re-ontologizó), representadas por el lema «el servicio es más que un lugar». La nueva tecnología no sustituyó a las bibliotecas, pero sí aumentó su dependencia de las redes. Para Stonier, el concepto tradicional de servicio de biblioteca no está encapsulado por el espacio físico; más bien, se determina por el amplio espectro de «flujos de información» (material o inmaterial, organizada o caótico) y por la lógica (dinámica, epistémica, modal, local) a través de una orden u organización en un sistema. La importancia de las bibliotecas para este autor descansa en el hecho de que no dependen del espacio físico (como ejemplo están las bibliotecas digitales, los servicios de referencia virtuales, las colecciones digitales), por lo que en la práctica los bibliotecarios diversifican la valía de su función, puesto que la información «contribuye a la formación de ideas, juicios y actitudes sociales» (1983, pp. 124-125).
Un flujo de información puede entenderse como «el transporte y transmisión de información por parte de algunos datos acerca de un referente, posible gracias a regularidades en un sistema distribuido» (Floridi, 2004, p. 562). Para Stonier, la palabra «regularidades» implica «las propiedades puramente estructurales que cualquier teoría debe satisfacer. Cualquier teoría con estas propiedades se puede obtener de una clasificación adecuada» (1997, p. 117). Para él, un libro es capaz de transmitir una gran cantidad de información porque la información tiene significado para nosotros. La razón por la que la información ha significado para nosotros es que somos capaces de colocar la información transmitida en un contexto personal. Un libro no sólo contiene mucha información, sino que también transmite mucha información. Por ejemplo, Stonier, Ottley, Silverstone y Steele (1990) mencionaron hace más de veinticinco años que una biblioteca que contara ya con colecciones digitales (versiones digitalizadas de su colección física), se comunicaría con sus usuarios a través de una conexión con cable de fibra óptica, ya fuera texto, audio o video. Dado que el servicio se efectuaba mediante el envío de una señal digitalizada por el enlace de comunicación (y el original no salía de la posesión de la biblioteca), su uso no era tan diferente del servicio de referencia que emitía, en aquel entonces, copia fotostáticas de artículos a petición, que era común en las bibliotecas universitarias.
Esta es una forma primaria de convivencia informativa entre la estructura física de la información y otras estructuras internas. Por supuesto, la imagen de la biblioteca se basaba en gran medida en la estructura superficial (mundo físico); incluso, la idea de las bibliotecas virtuales partía de su referente en el mundo físico (una biblioteca on-line imitando el espacio de una biblioteca física). No obstante, la información digital no es tan fácilmente perceptible como lo es un libro convencional; la información digital es mucho más «sutil», ya que no podemos interactuar con esta información (información cinética) sin una interfaz, sólo con la estructura física (información superficial). Por ejemplo, sin una interfaz sólo podemos interactuar con el disco material o con el polietileno de una unidad USB (información estructural), no con su estructura interna.
Lo que Stonier llamó a estructura superficial y estructura interna de la información, Holger Lyre las denominaría información sintáctica e información semántica: «Llamo información sintáctica una cantidad de distinguibilidad estructural que puede ser medida en bits. Más allá de esto, el aspecto semántico de la información se ocupa del hecho de que la información sólo existe en virtud de un determinado concepto o en un cierto nivel semántico. Por ejemplo, una carta impresa en un papel se refiere a diferentes cantidades de información si se mira bajo el concepto de ‘carta de un alfabeto de un idioma determinado’ o bajo el concepto de ‘moléculas de tinta de la impresora’» (1996, p. 2224).
Cabe mencionar que la información estructural es aquella contenida por un sistema; la información cinética es la que se transmite, procesa o transforma. El siguiente ejemplo no se refiere al libro, pero la sí a la biblioteca. Se puede establecer que la información estructural es el edificio, las salas de consulta, la organización (que implica la división de los departamentos, así como la estantería, que no es sino una objetivación de las reglas de catalogación), la arquitectura, y así sucesivamente (a saber, el espacio y el lugar). La información cinética es latente, es aquella que se representa en la forma de la organización de los documentos, transmitida a través de los servicios y determinada por algunas lógicas (dinámica, epistémica, modal, local). En el caso de la evolución del libro impreso a uno digital, podemos ver un cambio estructural, pero se mantiene la información cinética. Por otra parte, esta última forma implica nuevas formas de flujos de información e incluso nuevos servicios. Los bibliotecarios tienen plena conciencia de su importancia, al mismo tiempo que tratan de establecer un vínculo entre la innovación y la tradición.
Esta forma hilemórfica de percibir e integrar al mundo digital considera la objetividad lógica del proceso que describe la realidad, y la interpretación subjetiva por parte de los individuos. Este enfoque debería satisfacer los objetivos pragmáticos de los bibliotecarios y los objetivos teóricos de científicos de la información, ya que reconoce la existencia de diferentes objetivos y hábitos, tanto en el pensamiento práctico y abstracto y sugiere un denominador común tanto para la interpretación empírica y metafísica de la realidad. Este modelo representa las realidades físicas, filosóficas y culturales de la bibliotecología. La realidad física representa los aspectos de los procedimientos y los registros derivados de la organización de la información; la realidad filosófica simboliza los aspectos conceptuales como el continuum datos–información–conocimiento (llamado también la relación α, β, γ), y la realidad cultural representa aspectos contextuales como las interpretaciones humanas.
Referencias
Beavers, A. F. (2013). Floridi historizado: La cuestión del método, el estado de la profesión y la oportunidad de la Filosofía Información de Luciano Floridi. Escritos: Revista de Filosofía, Literatura y Estudios Clásicos, 21 (46), 39-68.
Dretske, F. I. (2000). Perception, knowledge, and belief: Selected essays. Cambridge: Cambridge University Press.
Dretske, F. I. (2008). The metaphysics of information. En A. Pichler y H. Hrachovec (Eds.), Wittgenstein and the philosophy of information: Proceedings of the 30th International Ludwig Wittgenstein Symposium (pp. 273-284). Frankfurt: Ontog.
Floridi, L. (2004). Open problems in the philosophy of information. Metaphilosophy, 35 (4), 554-582.
Lyre, H. (1996). Multiple quantization and the concept of information. International Journal of Theoretical Physics, 35 (11), 2219-2225.
Stonier, T. (1990). Information and the internal structure of the universe: An exploration into information physics. Londres: Springer.
Stonier, T. (1991). Towards a new theory of information. Journal of Information Science, 17 (5), 257-263.
Stonier, T. (1997). Information and meaning: An evolutionary perspective. Berlín: Springer.
Stonier, T., Ottley, S., Silverstone, R., & Steele, J. (1990). Individual and domestic use of information: Organizations and their use of information. En J. Martyn, P. Vickers y M. Feeney (Eds.), Information UK 2000 (pp. 169-183). Londres: Bowker-Saur.
Wiener, N. (1985). Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas. Barcelona: Tusquets.
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