Digitalización del conocimiento: ¿un conflicto de clase?
18 mayo 2017
18 mayo 2017
Del 29 al 30 de junio de 2017 se celebrará en Granada (España), el Congreso Internacional “Territorios Digitales“, en el que participaré con una conferencia intitulada “¿Porqué la digitalización del conocimiento es un problema geopolítico?”. El evento estará organizado por el grupo #CSHDSUR y el proyecto Knowmetrics. Anticipo aquí algunos de los temas que trataré en mi intervención y en las que profundizo en un artículo que saldrá a la luz en breve, en un libro web titulado: Playlist! Humanidades y Ciencias Sociales Digitales desde el Sur, volumen coordinado por David Domínguez Herbón y Miriam Peña Pimentel, de la Red de Humanidades Digitales.
Las principales cuestiones que buscaré confrontar en mi contribución son:
1. las desigualdades (sociales, lingüísticas, económicas, etc.) en el acceso a las tecnologías, a las herramientas y a las aplicaciones sobre las cuales se basa hoy en día la difusión y gestión del conocimiento;
2. la siempre tan nociva concentración en pocas manos de gran parte de estas herramientas y tecnologías;
3. el imponente oligopolio angloeuropeo de las publicaciones científico-académicas;
4. la amenaza que todas estas concentraciones (no sólo de propiedad, sino también de códigos y de lenguajes) constituyen para la diversidad lingüística y cultural.
Sin hacer la necesaria consciencia de estas problemáticas (estrechamente entrelazadas), cualquier proceso de digitalización corre el riesgo de consolidar y reforzar las brechas y desigualdades a nivel social, económico, político, cultural y tecnológico.
¿Qué guía hoy en día la digitalización del conocimiento? ¿Cuáles –y cuántos– son los modelos, los estándares y las organizaciones que la representan y la gestionan? ¿Quién habla, desde dónde lo hace y por qué lo hace? Tratar de responder a estas preguntas significa inevitablemente poner de relieve la cuestión de la soberanía epistemológica de todas las áreas geográficas fuera de la “anglósfera”, o, lo que es lo mismo, imponer a la comunidad global de las Humanidades Digitales un problema de orden geopolítico.
No obstante todos los esfuerzos aplicados en estos últimos años, la mayor parte de las herramientas intelectuales en el campo de las Humanidades Digitales siguen todavía en manos angloeuropeas: la conferencia anual (de la que la primera excepción será el DH2018, a celebrarse en México), su sitio web (sólo en inglés), la lista de correo Humanist, la revista monolingüe Digital Scholarship in the Humanities (antes Literary and Linguistic Computing), las monografía más o menos financiadas (como los Companions)…, sin contar el software, los lenguajes de programación y los así denominados “estándares”, como el que controla el Text Encoding Initiative Consortium. Además, este hecho nunca se ve suficientemente reflejado en la microfísica de las transacciones comunicativas que va desde la lengua empleada en las reuniones de las organizaciones de este campo (véanse, por ejemplo, las transcripciones disponibles en línea, exclusivamente en inglés) hasta los mecanismos de recompensa y gratificación, profundamente radicados en el sistema cultural angloamericano/europeo, que son impuestos como si fueran ‘estándares’ en cada contexto social y comunicativo. ¿Por qué, entonces, deberían nuestros colegas anglófonos declinar este enorme capital, citando a Bourdieu, de “poder simbólico”?
A propósito del capital, para nuestros colegas estadounidenses, incluso para aquellos que subrayan la ausencia de una aproximación crítica a las Humanidades Digitales, parece funcionar, especialmente por lo que respecta a la hegemonía histórica de sus propias formas de expresión y de producción (de la lengua a las formas organizativas y retóricas de la ciencia y de la tecnología, ecc.), una remoción que recuerda aquella descrita por Karl Marx en el primer libro de El Capital. En el libro V de la Ética a Nicómaco, Aristóteles analizaba las formas de valor y se preguntaba por qué cosas tan distintas como, por ejemplo, “cinco lechos y una casa” pueden ser conmensurables, es decir, tener el mismo valor. Y sin embargo aquí el análisis de Aristóteles, según observa Marx, se detiene “y renuncia al ulterior análisis de la forma de valor”. ¿Por qué? ¿Cuál es la “sustancia común” que vincula los cinco lechos y la casa? La respuesta de Marx es el trabajo humano. Ni siquiera el genio de Aristóteles podía captar el concepto de trabajo, puesto que al hacerlo minaba su propia sociedad, la griega, fundada en el trabajo esclavo: el trabajo, simplemente, no existía.
De manera análoga, los humanistas digitales anglófonos (y, en realidad, casi todos los académicos que trabajan en los grandes centros angloeuropeos de investigación), desde aquella torre de marfil que les proporciona una visibilidad y un financiamiento inconmensurables respecto al resto del mundo, remueven constantemente de su discurso “crítico” la immensa ventaja, material y simbólica, de la que gozan[^1]. Esta ventaja equivale a un excedente de trabajo para todos los que no tienen el privilegio de nacer, ser educados y trabajar en un centro epistémico de la anglósfera. El resultado, frecuentemente paradójico, es que gran parte del trabajo intelectual humano de todos los que no recibimos el jornal de los patrones de Berkeley, New York, Boston, Chicago, Cambridge, Oxford, etc. queda bajo un manto de total oscuridad y, por tanto, es irrelevante.
Pero el punto es, en realidad, este: la “relevancia”, por parafrasear a Paulo Freire, sólo puede ser producto de un acuerdo entre dominado y dominador. La remoción o el olvido que de los propios privilegios efectúa el privilegiado es condición necesaria, pero nunca suficiente. Si Scopus o Web of Science deciden qué revistas indexar, el problema no son los índices, sino nuestra subordinación a –o nuestra complicidad con– tales representaciones.
Parece necesario poner de manifiesto que las Ciencias Sociales, y especialmente la Sociología, discuten estos asuntos desde hace algún tiempo, no sólo mediante la crítica y el análisis, sino con la claridad necesaria para derribar las visiones “recibidas”:
>“An intellectual revolution against the provinciality of social science has begun. The premise of this revolution is that disciplinary sociology’s concerns, categories and theories have been formulated, forged, and enacted within Anglo-European metropoles in the interest of those metropolitan societies, and so a new “global sociology” that transcends this provinciality is necessary. The institutional dimension of this project involves a critical reconsideration of the inequalities between the wealthy universities of the United States and Europe and the poorer institutions in the Global South” (Julian Go, 2016).
Por consiguiente, las Humanidades Digitales no necesitan sólo de más cultural criticism, sino de más política. Y podría comenzar, por ejemplo, por presentar desigual batalla a favor la extensión de los conceptos de libertad, derechos y democracia sobre nuestros vestigios digitales, considerándolos a todos los efectos una extensión de nuestra ciudadanía, o sea, de nuestros cuerpos, de nuestras identidades, de nuestras lenguas y de nuestras memorias.
[^1]: Tampoco –y, quizás, especialmente– en la academia el lugar desde el que se habla es neutro respecto de aquello de lo que se habla, como nos recuerda Eileen Joy en un bellísima y combativa contribución.Domenico Fiormonte
*Publicado el 18 de mayo de 2017 en Infolet. Traducido del italiano por David Domínguez Herbón*
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