“Lo impopular”, de Kathleen Fitzpatrick
17 julio 2012
17 julio 2012
impopular. (De in– y popular). 1. adj. Que no es grato al pueblo o a una parte importante de él.
—
por Kathleen Fitzpatrick. Traducción al español de Ernesto Priego
Este artículo gira en torno a dos bromas que escuché recientemente y que no he podido olvidar desde entonces. La primera, como señalé en la primera parte de esta serie, la escuché en un fantástico taller de “serialidad popular” donde se discutieron series de televisión, secuelas y remakes de películas del siglo XX y novelas por entregas del siglo XIX. En comparación con éstas, la investigación académica, se dijo, era la principal forma de “serialidad impopular”. De hecho, yo estaba en ese taller para discutir las serialidad en la investigación, pero me pareció que esta broma planteaba algunas preguntas urgentes: ¿la labor académica tiene que ser impopular? ¿A qué tipo(s) de popularidad puede aspirar? ¿Qué se podría hacer para incrementar la popularidad de la investigación? ¿Y cómo podría afectar este tipo de investigación a nuestras nociones de lo que significa ser popular?
El hecho que al menos un par de personas en el taller de Göttingen hicieran la conexión entre la serialidad impopular y la investigación -y que muchos más lo hayan encontrado chistoso- indica hasta qué grado nos sentimos faltos de popularidad como académicos, produciendo apasionadamente un trabajo que nadie parece apreciar. Esa sensación de ser impopulares evoca para muchos de nosotros recuerdos inquietantes de nuestras adolescencias nerd, como si estuviéramos condenados a ser una vez más marginados por ser inteligentes en una cultura que sólo valora la habilidad atlética, o mejor aún, el dinero. Y nosotros somos, al menos en un sentido amplio, impopulares: la crisis de la que tanto se ha hablado de la publicación académica es al menos en parte una crisis de públicos, ya que muy pocas personas compran el material como para que tenga un mercado lo suficientemente amplio para hacer de su distribución un empresa rentable.
No es sin razón, entonces, que la discusión inicial de lo que sería una serialidad impopular giraría en torno a cuestiones de mercado: lo que hace que la investigación académica esté fuera del ámbito de lo popular, desde esta perspectiva, es precisamente su orientación no comercial, incluso anti-comercial. En su impopularidad, se sugirió, la investigación académica se encuentra protegida de las presiones de lo económico.
Mi respuesta inicial, sin embargo, fue resistir esta concepción del trabajo académico como si estuviera de alguna manera protegido de las fuerzas del mercado: sólo porque el trabajo que producimos como académicos pueda no tener valor comercial esto no quiere decir que exista fuera de la economía. Lo que hacemos podrá no ser lucrativo en un sentido convencional, pero funciona dentro de un ámbito de intercambio que sigue siendo, sin duda, material: no da ganancias monetarias provenientes de ventas directas, pero produce los salarios, invitaciones pagadas para dar conferencias, etc.. Es un mercado peculiar, pero es un mercado, y como en la mayoría de los mercados, los ricos (en popularidad) se hacen más ricos y los más pobres (en popularidad) se enfrentan a diferentes formas de reducción de los apoyos.
Nuestra falta de popularidad, entonces, no es una insignia de pureza económica, o un indicador que nos permita olvidarnos de lo que el mundo piensa de nosotros. Pero laa hemos aceptado como si fuese tal, y como si la popularidad fuera a manchar de algún modo nuestro trabajo. Y aunque muchos de nosotros adoptamos el rol de intelectuales públicos, también miramos mal la popularidad de otros que logran esa estatura. La popularidad, se sugiere, requiere simplificar las cosas para las masas; el trabajo que se consume popularmente no puede concebirse como de calidad.
Esta conexión entre consumo popular y de masas trae consigo ecos de la Escuela de Frankfurt; la cultura popular, en este sentido -la cultura que la gente o “el pueblo” consume- debe necesariamente contener un elemento de engaño masivo. Y tal vez hayan buenas razones para que la academia evite este tipo de asociaciones con la popularidad, la habilidad crítica requiere rechazar lo que la mayoría quiere oír. Los académicos deben estar dispuestos a ser capaces de decir lo que es impopular.
Por otro lado, como han argumentado los teóricos de medios posteriores a la escuela de Frankfurt, la asociación de lo popular con el consumo masivo pasa por alto el sentido en que la cultura popular debe ser considerada como aquello que se produce popularmente -es decir, la cultura que se proviene de, y que no se dirige a, “el pueblo”. En trabajos más recientes de investigación sobre los medios se propone que la cultura que se produce así no es tanto los textos mismos -el “pueblo” no anda literalmente corriendo por todos lados haciendo películas de Hollywood o series de TV- sino los significados y placeres que se derivan de la participación popular con esos textos. La cultura no es tanto los textos mismos sino lo que se hace con esos textos. Y la cultura popular se convierte en popular no porque se le imponga a las masas, sino porque las personas han encontrado algún tipo de relación con ella.
El que no permitamos que nuestra labor tenga este último tipo de popularidad, que la mantengamos alejada de su potencial para establecer una conexión popular -y que hasta cierto punto, al menos, lo hagamos a propósito – me parece tanto egoísta como erróneo. Nos sirve, en el nivel que sea, para creer que el público, como sea que lo entendamos, es incapaz de responder a lo que hacemos.
Esta idea es la tácita capa interna que la segunda broma a la que se refiere este artículo requiere para ser graciosa. La segunda broma dice así: en otro congreso al que asistí recientemente, un expositor examinó la necesidad de ofrecer mayores posibilidades para que quienes cuentan con doctorados en humanidades puedan tener carreras productivas y satisfactorias que no sean necesariamente el tiempo completo académico. Fue durante esta presentación que el expositor usó la frase “humanidades públicas”. Después de la charla, escuché a un par de académicos mayores discutir el planteamiento, un poco desconcertados:
Académico mayor 1: Entiendo el punto, pero no creo que funcione en todas las áreas. Durante mucho tiempo ha habido una “historia pública”, pero ¿te imaginas una “crítica literaria pública”?
Académico mayor 2: Ja. Impensable.
Todavía no entiendo por qué la idea de una crítica literaria pública nos deba dar risa. Después de todo existe desde hace tiempo, no sólo en la obra de varias de las figuras más visibles y críticas del mundo académico (con una disculpa por no haber incluido a muchos otros que igual podría haber ligado en los vínculos anteriores) sino también en publicaciones tanto de gran tradición como más recientes (por no hablar de esta otra o esta o esta o esta o, a menudo, esta). En todo caso, la cultura literaria pública – incluida la crítica – parece estar experimentando un período de extraordinaria fertilidad. ¿Se podrá hacer dinero con ella? Probablemente no más que el que se puede hacer con la historia pública. Pero, ¿hay trabajo por hacer? Sin lugar a dudas, sí.
Si reconsideramos la cuestión de la popularidad de la investigación académica desde esta perspectiva -en el que quizás no haya un mercado al cual venderle sino un público con el cual comprometerse – podemos comenzar a pensar más seriamente (como Anne Helen Petersen ha hecho recientemente) sobre lo que podría ganar en la creación de este tipo de participación popular para nuestro trabajo.
No quiero sugerir que todo lo que hacemos deba hacerse en público, ni que todo debe ser universalmente accesible. Hay un tiempo y un lugar para que los expertos hablen los unos con los otros, en sus propios formatos y lenguajes. Pero también hay buenas razones para ponernos a pensar seriamente sobre la necesidad de hacer más de nuestro trabajo en público, y lo que es más importante con el público, para entender que alguna parte de lo que hacemos no sólo puede sino debe ser popular.
Traducido y publicado con el amable permiso de Kathleen Fitzpatrick.
“Lo impopular” por Ernesto Priego es una traducción al español del texto original en inglés de Kathleen Fitzpatrick. Se comparte bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Traducción basada en una obra en http://www.plannedobsolescence.net/blog/the-unpopular/.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://www.plannedobsolescence.net/.
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Comment (1)
Lo impopular de lo académico | Filosofía de Bolsillo
23 Jul 2012 - 3:59 pm[…] El texto que motiva el post es la muy interesante traducción de @ernestopriego de “lo impopular” de lo académico, “The Unpopular” de @kfitz #RedHD. Podéis leer el artículo completo aquí. […]
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